Gracias a la Red de Bibliotecas Escolares, en concreto, BECREA en Huelva, y a su coordinadora, Dª Lourdes Gutiérrez, tuvimos en nuestro centro al poeta de Lepe y profesor de Lengua y Literatura Adrián González da Costa. Fue una charla cercana en la que nos leyó varios de sus poemas, mostrando en ellos una evolución desde el versolibrismo al clasicismo de unos sonetos que sonaban a lengua coloquial.
Sencillez, profundidad y entendimiento. Así podríamos definir la temática y el ritmo de una poesía que ha bebido de los clásicos y es actual.
Además, con ejemplos muy claros nos hizo comprender por qué el poeta necesita usar los recursos literarios.
Los misterios del lenguaje poético y la transformación de la realidad en palabra en el tiempo. Un deleite.
Gracias, Adrián.
Rua dos douradores
(Premio Adonáis 2002
Premio Ópera prima de la crítica andaluza en 2003
Finalista de la crítica andaluza 2003)
Espero una
llamada importantísima
Espero
una llamada importantísima.
Una
llamada de verdad urgente.
Llevo
siglos enteros esperándola.
Después
de tanto tiempo con la idea
hurgándome
debajo de la piel,
debiera
haberme acostumbrado un poco.
Y,
sin embargo, sudo como suda
la
novia ante el altar, de blanco y sola.
Nervioso,
me levanto de la silla
y
paseo, nervioso, por el cuarto.
¿Si
me quieren llamar, por qué no llaman?
Miro
el teléfono continuamente.
Una
y otra vez, miro hacia el teléfono.
Por el
sueño afuera
(Premio internacional de Letras
hispánicas de la universidad de Sevilla)
Mi
hermana, la pequeña
Mi hermana, la pequeña, quiere ser
mayor. Y empuja el tiempo entero con las manos,
preguntando, como si yo supiera,
cuántos días le faltan todavía.
Ay, ojalá no preguntara tanto.
Mayores como somos sin quererlo,
vamos nosotros, mi otro hermano y yo,
desplazando a mamá, que está delante
hacia el después, hacia el mañana.
Y
hoy mi abuelo ha muerto.
Hoy el buen padre de mi madre ha muerto
allá
en Angola.
Blanco en
lo blanco
(Premio internacional de poesía Gerardo
Diego de Cantabria 2015
Finalista de la crítica andaluza 2016)
El suelo quema
como quema el fuego
El
suelo quema como quema el fuego.
El
aire es transparente, de cristal.
La
luz, que se amotina, da a la cal
un
brillo blanco que te deja ciego.
Es
la azotea de tu infancia. El juego
consiste
como siempre en darle mal
a
quien te quiere bien y lo normal
es
acabar llorando, a solas, luego.
Recuerdas
esas risas y esa casa.
Y
ese olor del pescado que, a la brasa,
te
hacían allá abajo en la cocina,
asciende
del pasado hacia el presente
de
la mano del aire, y la cortina
se
mueve y tienes frío de repente.
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